Martina Barros Borgoño: La Olvidada Precursora Intelectual del Voto Femenino en Chile
- Francisco Javier Ovalle Reinoso
- 24 sept
- 10 Min. de lectura

La Génesis Oculta del Sufragismo Chileno
La precursora fundamental de la lucha por el voto femenino en Chile es Martina Mercedes Eugenia Lucía Barros Borgoño (1850-1944). Su activismo, que se gestó en las postrimerías del siglo XIX, se caracterizó por ser una labor de naturaleza intelectual y discursiva, que precede y allana el camino para las campañas de movilización del siglo XX. Barros Borgoño, una intelectual perteneciente a la élite chilena, utilizó su posición social y su intelecto para introducir y legitimar en el discurso público la demanda por la autonomía de la mujer y, explícitamente, por su derecho a voto. Su labor pionera sembró las "condiciones discursivas" necesarias para el florecimiento de movimientos sufragistas posteriores. El análisis de su vida y obra no solo la rescata del anonimato histórico, sino que también ofrece una comprensión más profunda de la evolución del feminismo chileno, desde sus orígenes protofeministas hasta su articulación política.
Es cierto que la figura de Elena Caffarena es, sin duda, la que domina el imaginario colectivo cuando se aborda la lucha por el voto femenino en Chile. Su nombre está intrínsecamente ligado al Movimiento Pro Emancipación de las Mujeres de Chile (MEMCH), una organización que jugó un papel crucial en la obtención del sufragio universal entre los años 1934 - 1940. Sin embargo, la historia de esta lucha no se inicia con las movilizaciones masivas del siglo XX. La indagación histórica sobre los orígenes del feminismo en Chile revela la existencia de una figura que sentó las bases intelectuales y discursivas para este movimiento, mucho antes de que se consolidara como una campaña de masas y esa figura fue Martina Barros Borgoño.
El Chile del Siglo XIX, fue el escenario perfecto para el Protofeminismo Intelectual y se caracterizó por un profundo conservadurismo social y un orden patriarcal que relegaba a la mujer al ámbito privado, principalmente al hogar y la familia. La participación en la vida pública, y de manera más explícita la política, era considerada una esfera exclusiva del hombre, un rol para el que solo él estaba adecuadamente preparado. Esta visión se vio reforzada y formalizada en el ámbito legal, como se evidencia en la reforma de la ley electoral de 1884, que prohibió expresamente a las mujeres inscribirse en los registros de electores, un obstáculo legislativo que convirtió la lucha por el sufragio en un desafío explícito.
Ante este escenario, la primera ola de activismo femenino adoptó una estrategia de activismo escalonada. Las mujeres pioneras de la época, en su mayoría de la élite intelectual, comprendieron que la lucha por el voto directo era una batalla que no se podía ganar si no se abordaba primero la raíz del problema: la falta de educación formal y el confinamiento a roles domésticos. Por consiguiente, la lucha inicial se centró en la demanda por la educación, un objetivo que, aunque aún controversial, era considerado más aceptable socialmente que la participación política directa. Un hito crucial en este sentido fue el Decreto Amunátegui de 1877, que permitió a las mujeres ingresar a la universidad, abriendo un camino fundamental para su profesionalización. Este avance se vio complementado por la aparición de publicaciones pioneras como el periódico La Mujer, fundado en 1877, que fue el primer diario chileno escrito y editado completamente por mujeres, liderado por la intelectual Lucrecia Undurraga. Este enfoque en la educación sentó las bases intelectuales que, con el tiempo, permitirían a las mujeres argumentar a favor de su derecho a participar en la esfera pública.
La lucha de Martina Barros por el sufragio explícito a partir de 1872 es particularmente radical para su época, ya que se atrevió a saltar de la demanda por la educación a la demanda por el voto, una posición que no era común ni siquiera entre otras mujeres intelectuales. Barros fue pionera en esta lucha intelectual y realizó entre otras cosas, por ejemplo, la traducción de La esclavitud de la mujer en 1872. Aquí Martina Barros introduce la demanda por autonomía de la mujer y se convierte en la primera protofeminista que instala esta discusión a nivel intelectual. Su lucha permite que se dicte el Decreto Amunátegui de 1877 con el que se autorizaba el ingreso de mujeres a la universidad, un logro clave en la lucha por la educación femenina fruto de los planteamientos de Barros Borgoño y otras mujeres intelectuales de la época. Sin embargo, a fines de 1800, específicamente en 1884 se produce un revés importante en la lucha feminista. Se promulga la ley de elecciones prohíbe explícitamente la inscripción de mujeres en los registros electorales, haciendo del sufragio una demanda formal. En paralelo, a las reivindicaciones feministas, surge en 1935 la fundación del MEMCH, Movimiento Pro Emancipación de las Mujeres de Chile, que coordinará la lucha por el sufragio universal que llegaría en 1949 cuando se extiende el derecho a voto a todas las elecciones, culminando la lucha sufragista de masas para culminar con la primera elección con voto femenino de 1952 cuando las mujeres votan por primera vez en una elección presidencial, resultando electo eligiendo a Carlos Ibáñez del Campo.
Vida y Formación de una Pionera
Martina Mercedes Eugenia Barros Borgoño nació en Santiago el 6 de julio de 1850 en el seno de una de las familias más influyentes de la élite santiaguina, con fuertes lazos políticos y sociales. Era la hija mayor de Manuel Barros Arana y Eugenia Borgoño Vergara, y sobrina del reconocido historiador y educador Diego Barros Arana, quien jugó un papel fundamental en su formación. A diferencia de la educación convencional para las mujeres de su época, que se limitaba a artes y oficios domésticos, Martina Barros tuvo acceso a una educación inusualmente liberal, inicialmente en colegios privados como el de Miss Whitelock, donde aprendió inglés a la perfección, y posteriormente bajo la tutela de su tío.
Su tío, Diego Barros Arana, la educó y la introdujo en su tertulia, un salón literario que congregaba a los intelectuales más influyentes de la época para debatir sobre las ideas liberales del momento. Para una mujer, estos salones representaban una de las pocas plataformas para participar en el debate público. Martina Barros supo aprovechar este espacio para cultivar amistades con figuras prominentes de la vida política y social chilena, como Bartolomé Mitre y Domingo Faustino Sarmiento, o los presidentes Manuel Montt Torres y Arturo Alessandri Palma.

Su posición social fue un factor doble en su activismo. Por un lado, le proporcionó el capital cultural y la exposición a ideas progresistas que otras mujeres no tenían. Sin el acceso a la biblioteca de su tío y su círculo de intelectuales, su contacto con la obra de John Stuart Mill habría sido casi imposible. No obstante, al mismo tiempo, su activismo fue "ridiculizado" y se enfrentó a un "rechazo abrumador" dentro de su propio círculo social, incluyendo a otras mujeres que la veían como una "chica peligrosa" por las ideas de "independencia" que expresaba. Este rechazo demuestra que su activismo fue un acto de valentía que trascendió las expectativas de su clase y género, desafiando a una élite que, a pesar de su liberalismo en otros temas, no estaba preparada para un desafío tan radical a su propia estructura social patriarcal.
1872: La Traducción que revolucionó el feminismo chileno "La Esclavitud de la Mujer"
El hito que cimenta la posición de Martina Barros Borgoño como precursora del sufragismo chileno ocurrió en 1872, a la temprana edad de 22 años. En ese año, tradujo y publicó por entregas la obra del filósofo y economista político inglés John Stuart Mill, The Subjection of Women (1869), bajo el título La esclavitud de la mujer en la revista Santiago Journal, dirigida por su entonces prometido, Augusto Orrego Luco.

Este acto no fue un simple ejercicio literario, sino una declaración política y una forma de activismo intelectual sin precedentes. Al traducir y difundir un texto que abordaba directamente la opresión y subyugación de la mujer, Martina Barros estaba, de hecho, introduciendo una teoría feminista radical en el corazón de la intelectualidad chilena. El título que eligió para la traducción, "La esclavitud de la mujer," es en sí mismo una declaración de principios que resonó con la crítica social que la obra de Mill representaba. La publicación, acompañada de un prólogo que también causó "conmoción considerable", le granjeó la reputación de ser una intelectual "radical" y la figura que por primera vez ponía la "cuestión de la mujer" en la mesa de discusión pública de manera explícita. Este acto le valió un "rechazo abrumador" por parte de muchas mujeres de su época, que la miraban con "horror" ante las ideas de independencia que expresaba. Esto la establece como la primera figura en la historia de Chile en introducir un discurso protofeminista explícito, sentando un precedente para la discusión de los derechos femeninos, incluyendo el sufragio, mucho antes de que se gestaran las organizaciones formales para este fin.
De la Pluma a la Tribuna: La Lucha por el Sufragio Explícito en 1917
El compromiso de Martina Barros con la causa de la mujer no fue un episodio aislado en su juventud, sino un ideal que persiguió a lo largo de su vida. Su activismo trascendió las décadas, demostrando una convicción profunda que se mantuvo firme a pesar de la controversia inicial y los vaivenes políticos del país. En 1917, más de cuatro décadas después de su revolucionaria traducción, Martina Barros Borgoño dio un paso más en su lucha cuando ofrece una potente, disruptiva y revolucionaria conferencia en el "Club de Señoras" donde defiende públicamente el derecho a voto, consolidando de esta manera su principal anhelo, que las mujeres todas tuvieran derecho a ser ciudadanas en plenitud. La ponencia fue titulada explícitamente "El voto femenino".

En esta conferencia, Barros Borgoño presentó argumentos contundentes en favor del sufragio femenino, refutando la idea predominante de la época de que las mujeres no estaban "preparadas" para votar. "¿Qué preparación es esa que tiene el más humilde de los hombres con el solo hecho de serlo y que nosotras no podemos alcanzar?". Con esta pregunta retórica, desmontó la premisa patriarcal y señaló la injusticia intrínseca del sistema. El hecho de que esta conferencia se diera en el Club de Señoras es significativo, ya que esta plataforma representaba un espacio de influencia para la élite femenina y masculina. Al utilizar este foro, Barros Borgoño continuó su lucha dentro de su clase social, buscando influir en la opinión de las mujeres y hombres que tenían el poder de cambiar la legislación. La longevidad de su compromiso la consagra no solo como una pionera en la teoría del feminismo en Chile, sino también en la práctica de la defensa del sufragio.
Su persistencia ayudó a mantener vivo el debate sobre el voto femenino en un período en que no era el foco principal del activismo, actuando como un puente entre la primera ola de protofeminismo y la posterior movilización organizada.
El Legado de Martina Barros: Un Eslabón Esencial
El legado de Martina Barros Borgoño es fundamental para comprender la historia del feminismo en Chile. Su labor "sembró la semilla de la autonomía y la libertad" y "contribuyó a generar condiciones discursivas para que el anhelo de la autonomía y de la conciencia de género cobrara fuerza" en la sociedad chilena. Su trabajo legitimó el debate sobre los derechos de la mujer y el sufragio, permitiendo que las generaciones siguientes, como la de Amanda Labarca y Elena Caffarena, construyeran sobre una base ya establecida.
A pesar de su trascendental contribución, Martina Barros es una figura menos reconocida en la historiografía popular en comparación con Elena Caffarena. Esta invisibilidad histórica se debe a una diferencia fundamental en la naturaleza del activismo de ambas. La "lucha" de Barros Borgoño fue de carácter intelectual, discursivo y de salón, dirigida a la élite, mientras que la "lucha" de Caffarena y el MEMCH fue de carácter político, de movilización y de masas. La historia a menudo privilegia el activismo explícito y exitoso, aquel que culmina en una victoria legislativa palpable (como la ley de 1949 ), sobre el trabajo fundacional y conceptual que lo precede. La visibilidad de la lucha de masas de mediados del siglo XX y su éxito final eclipsaron la contribución de las precursoras que trabajaron desde el ámbito intelectual décadas antes.
Si se tuviera que hacer una lista, serían cientos las mujeres, campesinas, comerciantes, dueñas de casa, soldados, que dieron la lucha por la igualdad, pero en este caso hay una diferencia importante cuando hablamos de mujeres que además se insertaron en un mundo dominado histórica y tradicionalmente por los hombres, el mundo intelectual. Aquí es donde destacan por ejemplo Rosario Orrego (1834-1879). Escritora, poetisa, primera mujer en dirigir y fundar una revista de academia donde abogaba por la legitimación intelectual y profesional de la mujer; Lucrecia Undurraga, durante la década de 1870, lidera el primer diario de mujeres en Chile, La Mujer. Su activismo estuvo enfocado en la educación profesional y científica de las mujeres a través de la libre expresión del periodismo; Martina Barros Borgoño (1850-1944). Primera en demandar explícitamente el voto femenino e introducir la teoría sufragista en una élite dominada por hombres; Amanda Labarca (1886-1975). Destacada profesora y escritora. Figura clave en la educación y la igualdad de género ante las Naciones Unidas. Desde el espacio académico y educativo buscó justamente la igualdad de género a través de la educación formal y la política internacional; Elena Caffarena (1903-2003). Abogada y militante feminista, Cofundadora del MEMCH. Lucha por los derechos civiles y políticos de la mujer, liderando campañas y movilizaciones para el sufragio universal.
La Primera Piedra del Camino
La injustamente olvidada figura de Martina Barros Borgoño es un eslabón esencial y a menudo relegado tras la sombra de otras mujeres modernas en la cadena histórica del feminismo chileno. Su trabajo intelectual y su valiente defensa del sufragio la establecen, sin lugar a dudas, como la primera mujer en luchar explícitamente por el voto femenino en Chile, mucho antes de que el movimiento ganara tracción masiva con personajes como Elena Caffarena. Sus dos hitos principales—la traducción de La esclavitud de la mujer en 1872 y su conferencia "El voto femenino" en 1917—demuestran un compromiso pionero y una visión de largo plazo que trascendió las expectativas de su época.

El análisis de su vida nos obliga a reexaminar la narrativa histórica tradicional y a reconocer que la lucha por los derechos de la mujer es un proceso largo y multifacético, con diferentes frentes de batalla, ya sean los salones intelectuales o las calles. Martina Barros Borgoño colocó la primera piedra del movimiento sufragista, creando las condiciones ideológicas y discursivas que permitieron a las generaciones siguientes construir un movimiento de masas y alcanzar la victoria. Su historia es un recordatorio de que las grandes transformaciones sociales no comienzan con una ley, sino con la introducción de una idea radical que desafía el statu quo y siembra la semilla del cambio.
En este periodo de fervor electoral, no hay que olvidar la historia ni el rol de las mujeres que dieron y siguen dando una lucha incansable por una sociedad mas justa, mas libre, mas tolerante, mas social.
(por Francisco Javier Ovalle Reinoso con el complemento de IAGen-Gemini)
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