top of page

El último viaje del “Cazador”: Crónica de un naufragio anunciado.

  • Foto del escritor: Francisco Javier Ovalle Reinoso
    Francisco Javier Ovalle Reinoso
  • 24 jul
  • 9 Min. de lectura

Era un buque de vapor de 250 toneladas, construido en Francia en 1848 y adquirido por el gobierno chileno en 1851.  Para la época, uno de los más modernos del mundo y más aún para Chile. Esa silueta moderna representaba los aires de modernización que el país intentaba abrazar. Fue un “Cazador”  que terminó siendo “cazado” en las costas de la región del Maule.    Las aguas de Constitución guardan ese sombrío secreto. Allí, frente a la roca muda de Punta Carranza, yace sepultada una de las mayores tragedias marítimas en la historia de Chile: el hundimiento del vapor Cazador que marcó un antes y un después en la navegación marítima nacional.



ree


Esta es la historia de cuando se ponen por sobre las personas los intereses políticos, porque este no fue sólo un accidente; fue el desenlace de decisiones marcadas por la urgencia bélica, la desidia institucional y la obediencia a ciegas.

El Cazador no era cualquier buque. El Cazador fue el primer buque a vapor en la Armada de Chile. Su función primordial era el transporte militar, movilizando tropas, pertrechos y, crucialmente, personal entre las zonas de conflicto de la Guerra de Arauco y el centro de Chile. Para eso había sido adquirido.  

Al mando de la embarcación se encontraba el Capitán Ramón Cabieses, un marino experimentado, con una trayectoria que incluía el mando de diversas unidades de la escuadra y la participación en levantamientos hidrográficos.

El transporte marítimo era la columna vertebral de la comunicación interregional y la logística militar en Chile durante el siglo XIX, especialmente a lo largo de su extensa costa. Los estándares de seguridad eran incipientes, y las presiones de la guerra a menudo primaban sobre las prácticas operacionales prudentes.

El "Cazador" operaba en un entorno donde la urgencia solía prevalecer sobre la precaución desempeñando un "doble rol": era un transporte militar, pero también llevaba civiles, incluyendo familias, mujeres y niños, muchos niños.

Esta dualidad generó un conflicto inherente: la urgencia militar, que llevó a la sobrecarga del buque, comprometió directamente la seguridad de los civiles. El buque no solo trasladaba soldados; movilizaba poblaciones vulnerables bajo mando militar, lo que difuminaba las líneas entre una operación militar y un transporte civil.

El imperativo militar de trasladar grandes números rápidamente, impulsado por la Guerra de Arauco, condujo directamente a la decisión fatal de la sobrecarga, un factor principal en el desastre.

 

El Naufragio

El Vapor zarpó con buen tiempo el 26 de enero de 1856 desde Talcahuano, una región portuaria crucial y profundamente afectada por la Guerra. Iba con destino a Valparaíso y estaba pesadamente cargado, no solo con su carga prevista de equipo militar y caballos, sino, crucialmente, con seres humanos.

La lista de pasajeros distaba mucho de ser típica. Se estima que el buque transportaba aproximadamente 501 personas, una cifra que superaba drásticamente su capacidad de diseño de 150 a 200 pasajeros.

Esta carga humana incluía una mezcla de soldados que regresaban del conflicto, prisioneros mapuches, familias, además de algunos funcionarios públicos. Esta población diversa y vulnerable amplificó la magnitud de la tragedia humana y aunque parezca increíble o irresponsable, el hacinamiento fue una orden directa de las autoridades militares, que priorizaron el transporte urgente sobre la seguridad.  

El viaje transcurrió sin mayores incidentes hasta la noche del 30 de enero de 1856. Alrededor de las 20:00 horas, mientras el buque se acercaba a Constitución, impactó violentamente contra una roca sumergida cerca de Punta Carranza, aproximadamente a 18 millas al sur de Constitución.

El impacto fue severo, y la proa del buque comenzó a romperse. En un intento por salvar la nave, el Capitán Cabieses ordenó ejecutar reversa a toda máquina; sin embargo, esta maniobra, en lugar de liberar el buque, provocó una segunda gran rotura en la popa, y la embarcación comenzó a inundarse rápidamente.  

El impacto con la roca sumergida fue repentino y violento. El agua inundó inmediatamente el casco. El buque, ya inestable debido a la sobrecarga, comenzó a escorarse gravemente. El pánico estalló entre los cientos de pasajeros, muchos de ellos atrapados bajo cubierta o luchando por orientarse en la oscuridad.

 

Los relatos históricos y las interpretaciones de los pocos supervivientes pintan un cuadro de caos y lucha por la supervivencia. El buque se hundió con una rapidez alarmante, desapareciendo bajo las olas en tan solo 20 minutos.

Los pocos botes salvavidas utilizables fueron rápidamente desbordados o dañados, dejando a la mayoría aferrándose a los escombros o enfrentándose a las frías aguas maulinas en el océano pacífico. La escena fue de terror y desesperación inimaginables, con relatos que describen "cadáveres de mujeres sosteniendo a sus hijos y parejas abrazadas entre sí" arrastrados a la orilla.  

El "Cazador" desapareció bajo las olas, llevándose consigo a aproximadamente 458 almas. Solo unas 23 personas, incluido el Capitán Ramón Cabieses, lograron sobrevivir al hundimiento inmediato y a las frías aguas.

La magnitud de la pérdida fue inmensa, dejando un vacío en muchas familias y comunidades. La falta de botes salvavidas funcionales transformó un accidente potencialmente sobrevivible en un evento de bajas masivas.

La modernidad del buque probablemente fomentó una falsa sensación de seguridad entre pasajeros y tripulación, lo que hizo que el hundimiento repentino y rápido fuera aún más impactante y mortífero, ya que los protocolos y equipos de emergencia efectivos estaban ausentes o fallaron.

El Rescate

Los primeros en responder al desastre, como siempre ocurre en casos como este, fueron los pescadores locales de Constitución, quienes, a pesar de la oscuridad y el peligro, se aventuraron valientemente a buscar supervivientes. Salieron al mar en plena noche sin visibilidad y golpeados por el oleaje, rescataron a los sobrevivientes y recuperaron cuerpos. La reacción espontánea del pueblo contrastó con la lenta respuesta oficial del Gobierno, que solo llegó al día siguiente.

Los días posteriores al desastre estuvieron marcados por la sombría tarea de recuperar los cuerpos arrastrados por la corriente a lo largo de la costa de Constitución. El gran número de víctimas y el estado de los cuerpos dificultaron la identificación, lo que aumentó la angustia de las familias en duelo. Los aproximadamente 23 supervivientes se convirtieron en testimonios vivientes del horror. No hubo ceremonias ni discursos: solo humanidad frente al dolor.

Las muertes no fueron simplemente desafortunadas; fueron víctimas de un sistema que priorizó la conveniencia militar sobre la vida humana. La tragedia sirvió como un sombrío recordatorio de que la vida es a menudo el precio final que se paga cuando la supervisión institucional, el cumplimiento normativo y las medidas básicas de seguridad se ven comprometidas en aras de una supuesta eficiencia del servicio. Las víctimas fueron simples “efectos colaterales”, “efectos secundarios”, las personas nunca fueron prioridad para el sistema.

La Investigación

La noticia del desastre del "Cazador" conmocionó a Chile provocando un luto nacional y una indignación pública generalizada lo que gatilló en la reacción del gobierno y la conformación de una comisión designada para investigar la tragedia.

Su informe oficial, probablemente basado en parte en el detallado reporte y bitácora del Capitán Cabieses, expuso una confluencia de fallas críticas.  

El análisis de los factores que contribuyeron a la tragedia revela una compleja interacción de deficiencias y la investigación oficial determinó que el impacto se debió a un "descuido del oficial del guardia, teniente 1° Roberto Simpson", quien no avistó el roquerío sumergido a pesar de la buena visibilidad para la hora y época del año. Si bien el Capitán Cabieses estaba al mando, el error inmediato fue atribuido a su subordinado.  

Por otra parte también la embarcación presentaba complicaciones estructurales que no tuvieron el mantenimiento adecuado. El buque, construido en 1848, era relativamente antiguo para un "vapor moderno" de la época. La rápida y catastrófica desintegración de su casco tras el impacto, exacerbada por la maniobra de reversa, sugirió deficiencias estructurales que contribuyeron a su rápido hundimiento.  

Además, el buque estaba inadecuadamente equipado con botes salvavidas o balsas. De los cuatro botes que lograron ser bajados, dos chocaron contra las rocas y se dañaron, dejando a la mayoría sin medios de escape. Esta deficiencia grave dificultó enormemente los esfuerzos de evacuación y redujo drásticamente la tasa de supervivencia. Finalmente la ausencia de medios inmediatos de comunicación adecuados para alertar a las autoridades exacerbó el tiempo de respuesta inicial.

 

Estos factores ilustran un efecto dominó de la negligencia. La sobrecarga, impuesta por órdenes militares, hizo que el buque fuera intrínsecamente más vulnerable. El mantenimiento deficiente significó que se hundiera más rápidamente. La falta de equipo de seguridad implicó menos supervivientes.

El error de navegación fue el detonante, pero los otros factores amplificaron la catástrofe. La demanda militar de sobrecarga creó una situación intrínsecamente inestable. Esta presión sistémica, combinada con el mal estado del buque y el error de navegación del capitán, formó una sinergia fatal donde cada debilidad exacerbó las demás, conduciendo a un desastre a gran escala casi inevitable.

En cuanto a las repercusiones legales y públicas, el Capitán Ramón Cabieses enfrentó un consejo de guerra. El Consejo de Guerra lo absolvió de los cargos más severos, particularmente aquellos relacionados con la sobrecarga, ya que se determinó que esta fue una orden directa de las autoridades militares.

A pesar que el capitán Cabieses había advertido por escrito que la nave no estaba en condiciones, que el número de pasajeros era excesivo y aunque nadie le hizo caso, de igual forma fue considerado responsable del error de navegación (atribuido a su oficial de guardia, pero bajo su mando) y, aunque no fue destituido, fue redestinado a realizar levantamientos hidrográficos en las difíciles aguas del sur de Chile.

  

La distinción en la culpabilidad del Capitán Cabieses, absuelto por la sobrecarga debido a una orden militar pero con consecuencias profesionales por el error de navegación, reveló una definición de "negligencia" en evolución para la época. Esto puso de manifiesto un dilema legal y moral: ¿Hasta qué punto se puede responsabilizar a un individuo cuando actúa bajo órdenes superiores, especialmente en un contexto militar?

Hacer esta distinción es crucial para comprender las limitaciones de la culpabilidad individual cuando existen problemas sistémicos. El resultado del juicio de Cabieses reflejó la dinámica del poder de la época, donde la autoridad militar podía anular los protocolos de seguridad estándar, y la rendición de cuentas por tales decisiones era compleja y difusa. Esto, implícitamente, abogaba por una supervisión civil más estricta o líneas más claras de responsabilidad en las operaciones cívico-militares, algo que más de cien años después se repitió en Fach con lo sucedido en el accidente del Casa – 212 en Juan Fernández.

 

“La mano invisible de la guerra".

Si bien el error de navegación y el mantenimiento deficiente fueron causas directas, la presión subyacente para la sobrecarga provino de las exigencias de la Guerra de Arauco. Esto sugiere que la guerra no fue solo un telón de fondo; fue una causa indirecta, pero poderosa, de la tragedia.

La urgencia del movimiento de tropas y la logística llevaron a decisiones que priorizaron la velocidad y la capacidad, por sobre la seguridad. La tragedia puede considerarse una víctima de la guerra, o una consecuencia de ella a pesar de no haber sido atacado directamente.

Lecciones de la Tragedia

La lección perdurable de la tragedia es el equilibrio crítico entre las demandas operacionales y la seguridad humana que puso de manifiesto que, incluso en tiempos de guerra, los protocolos de seguridad fundamentales no pueden pasarse por alto sin consecuencias catastróficas.

El desastre del "Vapor Cazador" sirvió como un catalizador doloroso y decisivo para reformas significativas en la legislación marítima chilena. Rápidamente se promulgaron nuevas regulaciones, que exigían controles más estrictos sobre la capacidad de los buques, la obligatoriedad de equipos de seguridad adecuados, como botes y chalecos salvavidas, y el establecimiento de inspecciones regulares para todas las embarcaciones.  

La tragedia impulsó la creación de una autoridad marítima dedicada a las regulaciones de navegación, probablemente un precursor de la Dirección General del Territorio Marítimo y de Marina Mercante (DIRECTEMAR). Esta institución fue encargada de supervisar y hacer cumplir los nuevos estándares de seguridad.

Esta institucionalización fue un paso crucial para profesionalizar y formalizar la supervisión de la seguridad marítima en Chile, alejándose de las prácticas ad-hoc que contribuyeron al desastre del "Vapor Cazador".  

 

 

 

Las cifras de la Tragedia

El Cazador se hundió con más de medio millar de personas procedentes del Regimiento 2º de Línea, marineros de dotación del vapor, mujeres y niños, además de algunos civiles que cumplían funciones públicas en la zona, tal como consta en el manifiesto de embarque elaborado para el zarpe, lo que se constituyó en el naufragio con más muertes en la historia de la navegación en toda America Latina. Según el manifiesto del embarque y los informes entregados por las autoridades, establecieron que de las 501 personas embarcadas oficialmente esa mañana, solo salvaron con vida una mujer y 42 marineros, pudiendo inferir, que el accidente, costó la vida de 458 personas.El parte oficial elaborado por el capitán Cabieses y dirigido al Comandante General de Marina, fechado el 4 de febrero del mismo año, detallaba que el número de muertos correspondía a:

-       86 soldados del 2º de Línea que se encontraban prestando servicios en la Araucanía, bajo el mando del general José María de la Cruz

-       42 marineros de la tripulación del vapor Cazador

-       9 pasajeros civiles

-       166 mujeres en su mayoría esposas de los militares del mencionado Regimiento

-       Un número indeterminado de niños y unos cuantos polizones, que según estimaciones del capitán Cabieses, sumarian unos 150

El Recuerdo

Más de un siglo y medio después, el "Vapor Cazador" sigue siendo una poderosa historia de advertencia. Sirve como testimonio de las devastadoras consecuencias cuando las vidas humanas se ven comprometidas por presiones operacionales y la falta de una supervisión de seguridad rigurosa.

A veces la historia no se escribe solo con tinta, también  con dolor y esta tragedia debe ser un eco de advertencia en cada decisión donde se juega la vida de otros, por eso el Vapor Cazador permanece grabado en la conciencia colectiva de Constitución y aunque hundido sigue flotando en la memoria.

En la playa Santos del Mar, se erigió un monolito conmemorativo en homenaje a quienes naufragaron, pero a nivel nacional, se mantiene como un sombrío recordatorio del costo humano de la urgencia desmedida y la negligencia sistémica.

El de Constitución no es un monumento fastuoso, sino un gesto simple que resiste al olvido. El mar guarda sus nombres, y el viento repite la advertencia: no fue el mar el que los mató, sino la indiferencia.

 

Por Francisco Javier Ovalle Reinoso 

 

 

ree

 

 

 

 

 

 

 
 
 

Comentarios


Publicar: Blog2_Post

Seguir

  • Facebook
  • Twitter
  • LinkedIn

©2018 by Francisco Javier Ovalle R.. Proudly created with Wix.com

bottom of page