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La última Batalla de la Guerra Fría

  • Foto del escritor: Francisco Javier Ovalle Reinoso
    Francisco Javier Ovalle Reinoso
  • 13 dic 2021
  • 6 Min. de lectura

Esta fue una columna que escribí el año 2014 y hoy, que han salido nuevos antecedentes y que pareciera que estamos repitiendo la historia con los protagonistas cambiados de bando solamente, no puedo dejar de revivirla y darle nueva vida, sumando lo que ha pasado en estos últimos años.

Partamos reconociendo que tras el derrocamiento del Presidente Salvador Allende el 11 de septiembre de 1973, una de las primeras acciones que realizó la Junta Militar liderada por el General Augusto Pinochet fue eliminar todo rastro histórico del ex mandatario y de la bibliografía de los postulados marxistas en los que se basó para gobernar.


Se quemaron libros, periódicos y revistas de la época, se silenciaron radioemisoras, se silenciaron artistas afines a la unidad popular y así la generación que nació en 1973, debió vivir en una burbuja comunicacional apoyada por los medios de “incomunicación” que fueron partidarios del gobierno militar.

Personalmente nunca supe la tendencia política de mi madre, una ex funcionaria pública del sistema de salud de la época. Ante mis interrogatorios, ella se limitaba a responder con un “la historia responderá por sí sola, dale tiempo”.


Así nos criaron, con el temor a no andar “pateando cajas” en la calle porque podía ser una bomba, (cosa que aún no hago) o viendo como de un día para otro empezaron a tapar los orificios que tenían los postes de luz porque allí los “terroristas” podían poner explosivos.

Lo peor o lo más triste es que todo aquello lo asumimos como “normal”.


El año 2012 un alumno de 4º medio del Instituto Nacional dijo en su discurso de licenciatura “haciendo el experimento que yo sólo sepa lo que me han pasado en el colegio y nada más, no sabría quién fue Augusto Pinochet en la historia de Chile”.


A nosotros, los de la generación del 73, nos pasó exactamente lo mismo con Allende, si nos hubiésemos quedado solo con lo que decían los textos y programas de la época, no hubiéramos sabido nada o peor aún, supimos solo una parte de la historia.


Esa generación del 73’ fue especial, distinta, porque nos bombardearon con cuecas y tonadas haciéndonos creer que solo eso era folclore y que todo lo que se relacionara con ponchos, quenas y zampoñas era casi un pecado mortal.


Nos acribillaron con comerciales de televisión y promesas de bicicletas para todos, aún recuerdo a un campesino en bicicleta paseando por una arboleda en la “tele a blanco y negro” y que se encendía con un alicates. (Por cierto, esa bicicleta nunca llegó a mi casa).


Las autoridades eran casi como estrellas de rock, de esos artistas que veíamos por la televisión (aún recuerdo cuando nos sacaron de la escuela con un pañuelito blanco para saludar al General que iba a uno de los regimientos de la frontera. Pasó en un auto y solo le vimos la mano)


Nos hicieron creer y crecer en una seguridad ficticia, porque al fin de cuentas si bien podíamos estar jugando en las calles hasta la madrugada sin temor a la delincuencia, afuera de esa burbuja, solo un poco más allá, otros chilenos estaban desapareciendo en nuestras narices y no nos dijeron o no nos dimos cuenta.


Aun muchos tenemos sentimientos encontrados de esa época, porque a casi 50 años, recién ahora se están conociendo detalles escabrosos de lo ocurrido, recién se están conociendo las “imágenes prohibidas” pero por sobre todo, se están conociendo ambas versiones, porque digamos las cosas como son, de uno u otro bando solo contaron lo que les era conveniente para sus respectivos intereses.


Nos ocultaron que la “Guerra Fraticida” a la que llevaron al país, no fue si no quizás la última batalla de la Guerra Fría entre Estados Unidos y la ex Unión Soviética. Lo que ocurrió en Chile no fue una lucha de clases, no fue la lucha entre trabajadores y patrones, entre peones y empleados no fue la lucha de la burguesía con el pueblo, lo ocurrido en Chile fue la lucha entre dos potencias que tuvieron de monigote a un país tercermundista y donde nos usaron de laboratorio para implementar un modelo por sobre el otro; y como en toda guerra, las secuelas las seguimos pagando hasta ahora.

Es impactante ver y escuchar declaraciones de hace 48 años y darse cuenta que son prácticamente el mismo discurso de odio y resentimiento de ambos sectores, pareciera que no hemos aprendido nada.


Quizás no lo merecemos, pero humildemente ¿a nosotros, a esa generación del 73’, quien nos va a pedir perdón por habernos engañado de esa manera?


Creo y sin temor a equivocarme, que la gran respuesta que aun esperamos es que alguien nos explique en qué momento se quiebra la institucionalidad del gobierno de Allende para dar paso al Golpe; en qué momento el llamado “Gobierno Militar” se transforma en “Dictadura”; en qué momento “esos valientes soldados que fueron de Chile el sostén”, cruzaron la línea y se transformaron en torturadores y asesinos.


La Dictadura intentó borrar todo rastro de la Unidad Popular se cambiaron nombres de calles y pasajes en varias ciudades de Chile, se reemplazaron por nombres como Avenidas 11 de Septiembre, Almirante Merino, General Mendoza. También hay una calle Pinochet en Cauquenes y una calle de 5 cuadras llamada “Lucía Hiriart de Pinochet” en Talca. En Linares, la plazoleta “Capitán General Augusto Pinochet” y un monumento erigido en la ciudad de La Junta (en Aysén) por la construcción de la Carretera Austral, la estatua a José Toribio Merino en la Avenida de los Marinos Ilustres en el frontis del Museo Naval y Marítimo de Valparaíso; y en Santiago, en plena Alameda se encuentra el monumento a los héroes caídos de Carabineros en honor a César Mendoza.


Dicen que la historia es cíclica y algunos más místicos dicen que el 11 de septiembre, 11-9, es un número cabalístico, sobre todo para Chile. Fue un 11 de Septiembre cuando en 1541 el Cacique Michimalonco incendió y saqueó Santiago; fue un 11 de septiembre de 1924 cuando se estableció la Junta Militar después del golpe de Estado que derivó en la renuncia de Arturo Alessandri; fue el 11 de septiembre de 1973 el Golpe de estado a Salvador allende y el 11 de septiembre de 1980 cuando en un cuestionado referéndum se aprueba la Constitución del 80 y Augusto Pinochet pasa de ser Presidente de la Junta de Gobierno a autoproclamarse Presidente de Chile.


Chile es un País con memoria a muy corto plazo, se nos olvida que nuestra historia está llena de regímenes dictatoriales, de izquierdas y derechas, se nos olvidan las matanzas y las masacres, todas muertes provocadas por la intolerancia, por los abusos de poder, porque los otros piensan distintos, por defender intereses económicos por sobre los intereses sociales.


Probablemente en el futuro, Pinochet, sus Generales y Almirantes tengan estatuas, centros culturales, calles o avenidas y será tan normal como hoy para nosotros es transitar por una Avenida Pedro Montt, por la Calle O’Higgins, visitar el parque González Videla, estacionar en el pasaje Marmaduque Grove o en la Avenida Alessandri, todos nombres relacionados a, por ejemplo, la Matanza de la Escuela Santa María, el destierro homofóbico, Golpes de Estados, la Matanza del Seguro Obrero, etc..


Hoy a casi 50 años del Golpe Militar, (o Golpe Naval como titulé en alguna oportunidad un reportaje, porque el levantamiento se gesta en el seno de la Armada y no del Ejército como erróneamente se piensa, de hecho recién el 9 de septiembre Augusto Pinochet acepta sumarse a las acciones del derrocamiento de Allende) la intolerancia pareciera estar nuevamente encegueciendo a los parroquianos. Tengo la sensación de que si ciertos grupos de la sociedad tuvieran acceso a las armas como otros grupos lo tuvieron en esos años, hoy varios políticos oficialistas estarían asesinados incluyendo al Presidente, otros tantos habrían sido exiliados y otros estarían desaparecidos, así de grave es lo que está ocurriendo en las calles y en los círculos de poder, pero nadie se atreve a decirlo o nadie quiere verlo y nadie se atreve a ponerle un alto. Hoy a casi 50 años del derrocamiento de Allende, recién se está perdiendo de verdad el miedo, el miedo a ser silenciado, el miedo a decir lo que se piensa, pero perder el miedo no puede bajo ningún punto de vista ser sinónimo de perder el respeto ni una justificación para la intolerancia porque la intolerancia es un germen peligroso más aun cuando se usa para justificar la filosofía o la doctrina del "empate" "si tú lo hiciste, me da el derecho de hacerlo yo también y te lo hago peor", eso no es justicia, es venganza.


Hace poco - a propósito de la muerte por Covid19 de algunos presos del Penal Puntapeuco (recinto destinado a los condenados por crímenes y violaciones a los Derechos Humanos durante la Dictadura) – un auditor me escribió,…"que bueno, uno menos” que triste y curioso le respondí, porque en esos años ellos decían lo mismo, "qué bueno, uno menos" entonces, ¿qué diferencia hay entre unos y otros? Ninguna, porque a casi 50, el discurso aprendido, casi de memoria, en ambos bandos se ha traspasado de generación en generación, un discurso que no es más que el reflejo de la “la última Batalla de la Guerra Fría” librada en Chile

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Francisco Javier R. Ovalle Reinoso

08 julio 1973

 
 
 

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