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La "Flor del Viajero" en la cuneta del barrio

  • Foto del escritor: Francisco Javier Ovalle Reinoso
    Francisco Javier Ovalle Reinoso
  • 13 dic 2021
  • 3 Min. de lectura

Éramos un par de niños, con sueños de salir de la pobreza, de cambiar el mundo, nuestro mundo y el de nuestras familias. Estábamos en la avenida Argentina, cerca de la calle Papudo donde hay una especie de pérgola. Era de noche, verano, porque recuerdo que andábamos con pantalón corto y polera, típico de las calurosas tardes en Los Andes.


En tus andanzas callejeando, habías aprendido a hacer una flor de papel con los papeles brillantes que traían en esos años las cajetillas de cigarrillos. Con habilidad y con la paciencia de un hermano mayor, aun cuando tenías menos edad que yo, me enseñaste a hacer esa flor mientras me contabas que unos mochileros te habían enseñado a ti.


La bautizamos como “La Flor del Viajero”, en recuerdos de esos mochileros y porque de alguna manera también representaba lo que queríamos hacer de nuestras vidas, viajar, conocer otras ciudades, saber que había más allá de los cerros que rodeaban nuestra ciudad, nuestras calles, nuestro barrio, nuestra cuneta.





Pasaron los años y nos perdimos la pista, perdimos el contacto, yo me fui becado por la Iglesia a estudiar Teología a Chillán y tú te fuiste becado por el partido a estudiar Medicina a Cuba. No era lo mío, así que me devolví y con los años esos sueños de mejorar el mundo, se volcaron a ser Bombero. Siempre en mi casa y a mis hijas, les dejaba una de esas flores en la mesita del living y cuando preguntaban, mi respuesta era la misma, “es la flor del viajero, de mi hermano que anda salvando al mundo”.


En silencio esa flor me recordaba la amistad desvanecida por el tiempo y la distancia... pero también me recordaba que en algún lugar estabas haciendo algo por la humanidad.


Era verano, una familia que venía de la playa se había volcado en la ruta 5 norte a la altura del Peaje Las Vegas. Salí en la Unidad de Rescate y entre los heridos había un niño, de no más de 5 años. Lloraba sin parar, asustado, no estaba herido, de hecho andaba gateando dentro del auto volcado aún. Lo tomé en los brazos, lo saqué del auto y se calmó, dejó de llorar y me mostró con una de sus pequeñas manitos nuestra flor del viajero. No era la misma de nuestros años de juventud obviamente, pero era la misma flor de papel. Se me hizo un nudo en la garganta. Subí a la ambulancia y llegué con el niño al hospital, entré a urgencias, el niño no quería soltarme, solo lloraba. Finalmente pude dejarlo en la camilla y lo atendieron.


Por un tema sanitario, su florcita de papel se fue al tacho de la basura. Sin que se dieran cuenta en el hospital la rescate y la deje en el bolsillo de mi cotona. Antes de irme pregunté, aún angustiado, por el nombre de la familia y no eras tú. Gran alivio, porque habría sido una macabra jugada del destino que se hubiese repetido la historia. Ese día no pude dejar de pensar y recordar nuestros días de infancia.


Esa flor del viajero la mantuve como cábala, como amuleto por muchos años en mi uniforme de bombero, hasta que dejé de vestirla. Siempre me hacía recordar que en alguna parte del mundo estaba mi hermano de cuneta, salvando vidas como médico.


Hoy al recordar nuevamente esos días y ese episodio, no puedo dejar de pensar en que la flor del viajero sigue presente. Ambos hemos viajado, ambos hemos recogido experiencias pero quizás lo más importante es que nunca hemos dejado de mirar al mundo desde el mejor lugar, desde la cuneta.


Del niño del accidente, solo supe que salió bien, ojalá se acuerde de tener siempre cerca la "flor del viajero”. (Dedicado a mi amigo y hermano Cristian Espinosa, Médico chileno formado en Cuba, que nunca se ha olvidado que venimos de la cuneta del barrio, que somos de la pobla, y que lo único mas grande que su vocación es su humildad y corazón)

 
 
 

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