"ANOCHE MURIÓ UN BOMBERO…lo fueron a enterrar"
- Francisco Javier Ovalle Reinoso
- 13 dic 2021
- 9 Min. de lectura
En el encierro de la cuarentena actual por el Coronavirus, esta nueva pandemia mundial y mientras a las 5 de la mañana me levanto a preparar el programa de radio que conduzco desde la casa de mi novia, porque por precaución nos enviaron a transmitir desde nuestros domicilios, me encuentro con la noticia de que una de las víctimas de esta enfermedad en Chile fue un Bombero, un voluntario de 88 años, de la ciudad de Chillán, luego un segundo voluntario, en Quillon. Muchas veces siendo Instructor de Bomberos me preguntaban por la tradición de enterrar a los voluntarios en la noche, hoy entre los minutos que me permite un café y la búsqueda de otras noticias para el programa, comienzo a recordar esas diferentes versiones del origen de la tradición.
Inevitablemente mi imaginación vuela en el tiempo y se detiene allá por el siglo XIX. Me detengo en este vuelo mágico imaginario, en una calle cualquiera de Valparaíso, en medio de otra pandemia o al menos un brote de alguna enfermedad grave, veo un escueto cortejo, un féretro, acompañado de cinco marineros y un solo Capitán. Y sin pensarlo, quizás como usted, me sorprendo cantando aquella antigua canción infantil que la gran mayoría por no aventurar a decir todos los de varias generaciones atrás, hemos conocido.
He buscado información desde hace muchos años y no he podido dar con el origen de tan populares estrofas, incluso he encontrado versos más o versos menos en diferentes versiones, pero nunca con quien la inició o donde se cantó primero, aunque seguramente por el contenido de la letra, pudo haber sido en el viejo puerto.
La mayoría de las canciones infantiles retratan la realidad que se vivía en aquellos tiempos, eran como una especie de recordatorio a través de la tradición oral que se encargaba de mantener para la posteridad lo que la gente consideraba importante, aunque no todas esas canciones infantiles podríamos considerarlas necesariamente para niños, como “Alicia va en el Coche” que en realidad relata el funeral de una niña que muere por una peste; o “El perro judío” que no es más que una macabra comparación del holocausto.
En el caso de “Anoche Murió un Bombero” el relato es más explícito y nos relata probablemente un funeral de noche en medio de la pandemia del siglo XIX, donde o alguien confundió el uniforme de marino con el uniforme de bombero, o efectivamente el féretro iba acompañado por una escolta naval por orden de las autoridades o por la estrecha relación que existe entre ambas instituciones hasta ahora. El guatón enamorado, probablemente sea uno de los serenos que barría las calles y las plazas porteñas.
Anoche murió un bombero, lo fueron a enterrar, con cinco marineros y un sólo capitán.
Pasaron por la plaza y vieron a un guatón, rascándose la guata con un escobillón.
Amarillo, colorado, guatón enamorado.
Anoche murió un bombero, lo fueron a enterrar, le echaron poca tierra y volvió a resucitar.
Según recoge el sitio oficial memoria chilena, “La muerte fue un factor omnipresente en la sociedad de la segunda mitad del siglo XIX. La mortalidad infantil superó los 300 por mil nacidos vivos y la esperanza de vida al nacer para un hombre no pasaba los 28 años”. Estas cifras estuvieron sin lugar a dudas condicionadas por la precaria situación alimentaria, y sanitaria de la época, pero además por cierto, por una extensa lista de enfermedades, pestes y epidemias que afectaron a la población. En 1859 la situación política del país comenzó a inestabilizarse. Así se enfrentaron los principales partidos políticos de la época, como los nacionales, los liberales, los radicales y los conservadores, lo que derivó en una impresionante efervescencia electoral.
El triunfo de la lista del gobierno llevó a los sectores liberales que encabezaban los Radicales a liderar una revuelta, conocida como la Revolución de 1859, con el fin de derrocar al entonces Presidente Manuel Montt.
Aquí es importante mencionar que la cuna de los Bomberos de Chile está en Valparaíso y tiene sus orígenes en 1851, institución voluntaria que nació bajo el alero precisamente de algunos miembros del Partido Radical, que además pertenecían a la masonería chilena. De ahí el viejo dicho popular que decía “Bombero, Radical y Masón”.
Considerando estos dos grandes problemas sociales, la revolución política y las epidemias, el presidente Montt, decreta Toque de Queda, prohibiendo las reuniones, especialmente en Bomberos, un grupo que estaba en la mira de Montt por la abierta cercanía que tenían con los radicales y los masones.
Dentro de las medidas adoptadas fue que los muertos fueran enterrados inmediatamente y que si existía sospecha de que la persona había muerto producto de alguna de las pestes, su cuerpo fuera quemado. (no cremado, porque las condiciones de la época no permitían realizar el proceso adecuadamente, literalmente los cuerpos eran puestos en hornos y quemados sin recuperación de cenizas)

Ese mismo año 1859, falleció el voluntario Domingo Espiñeira, de la Tercera Compañía de Bomberos de Valparaíso. Según los historiadores oficiales, fue debido a una enfermedad de base, no relacionada con alguna de las pestes o epidemias.
Aquí es necesario hacer un alto porque se generan ciertas confusiones en torno a las pestes de ese año. Muchos dicen que pudo haber estado la peste negra o peste bubónica, sin embargo esta pandemia ingresó a Chile en 1903; otros historiadores dicen que pudo ser la epidemia del cólera, sin embargo, tampoco coinciden los años, ya que el Cólera ingresó por el valle del Aconcagua desde Argentina al parecer cuando algunas personas intentando escapar de ese país por la epidemia, cruzan la cordillera por un paso no habilitado arribando a Santa María, de ahí la propagación se extendió a Putanedo, San Felipe, Quillota, La Calera y de ahí al resto de la región y del país. Esto ocurrió en 1886. El cólera de acuerdo a las estadísticas y según recogen varios historiadores de la época, generó que “en aquella oportunidad los centros urbanos más afectados llegaron a perder hasta el 5 por ciento de su población”. Entre 1890 a 1895 murieron 24.618 personas y entre 1905 y 1906 murieron otros 14.000 chilenos, producto de epidemias y enfermedades.
Volviendo a 1859 y a la muerte del bombero Domingo Espiñeira. Las autoridades de la época, no otorgaron la autorización para que la Tercera Compañía se agrupara y asistiera a los funerales, aun cuando el reglamento de cementerios vigente en la fecha lo permitía. “Art. 13. Desde la casa mortuoria se conducirán allí por una sola corporacion, bien sea comunidad de relijiosos, tercera órden, cofradía u otro acompañamiento de hombres caritativos, con vela en mano, todos los cadáveres sin distincion de personas, de estados, clases ni sexos”.
Al parecer el argumento era que había sospecha de que Espiñeira había fallecido producto de alguna de las pestes que azotaban a Valparaíso, lo que era refutado por las autoridades bomberiles. Finalmente y frente a la negativa, los “tercerinos” decidieron realizar de todas maneras el funeral y acompañar al camarada fallecido, pero de noche.
La razón de hacerlo de noche fue porque de esta manera, solo alumbrados con antorchas, los voluntarios podían recorrer el camino entre las escalas de los cerros y las quebradas, hasta el cementerio sin ser vistos por las patrullas, tradición que aún se mantiene en Chile.
Sin embargo, una segunda explicación es que los bomberos al ser voluntarios, no tienen tiempo de asistir durante el día a las exequias de un cófrade, porque en su mayoría trabajan, por lo tanto una buena hora era hacerlo de noche.
El libro “Anoche Murió un Bombero” escrito por los investigadores David Piacenti y Ezio Passadore y lanzado en 2013, recoge en una investigación histórica la tradición de los funerales nocturnos de los bomberos que según sus autores efectivamente se inicia el 12 de abril de 1859 con la muerte de Domingo Espiñeira. De hecho la indagatoria logró establecer incluso la hora en que se inició el cortejo. La una de la madrugada. Ezio Passadore lo recuerda así “Producto de una repentina enfermedad, falleció el joven bombero de la Tercera Compañía, Domingo Espiñeira, de apenas 18 años. Debido a que en esa época había ciertas restricciones a las reuniones públicas debido a la Revolución Liberal encabezada por Pedro León Gallo, la autoridad política prohíbe su funeral público ya que la Tercera Compañía era un foco revolucionario en la comuna (el director de la Tercera, Ángel Custodio Gallo, era además hermano del líder de la Revolución).
Por esa razón, los tercerinos se reúnen de noche, afuera de la casa de la familia Espiñeira, ubicada en alguna calle del cerro Alegre y avanzan hacia la quebrada Elías.
El ataúd lo llevan en sus hombros, se van turnando de a cuatro. Bajan por la quebrada y encaminan hacia el cerro Panteón, donde están los cementerios. Como no hay alumbrado público, se iluminan el camino con antorchas y faroles.
Sin quererlo, esa noche los bomberos dieron origen a una de las tradiciones más identitarias de la ciudad, que ha perdurado y que es parte del patrimonio cultural intangible. Tradición que posteriormente, como era de esperarse, comenzó a replicarse en todos los nacientes cuerpos de bomberos del país, hasta hoy".
Existe una tercera explicación, que tiene menos romanticismo de acuerdo a lo que Ernesto Mayer, también voluntario de la Tercera Compañía de Bomberos de Valparaíso, publicaba en la desaparecida revista Magazine Bomberil, de 1926. “La costumbre era que los difuntos fuesen trasladados durante la noche al cementerio, para proceder a su sepultación durante la mañana y solo extraordinariamente, y ante funerales de gran pompa, dicho traslado se efectuaba durante el día, como aconteció meses antes del fallecimiento de Espiñeira, con los funerales del primer Mártir de Bomberos, Teniente 3° Eduardo Farley”.
Esta disposición tendría su sustento en la misma reglamentación que rigió al Cementerio General de Santiago, desde 1824. Donde en su Articulo 20 dice textual “Art. 20. Antes que asome la claridad del dia (hora también destinada para los viajes del panteon, o a la primera noche si fuere preciso), harán el suyo los de los hospitales con los cuerpos precisamente de los que hubiesen fallecido el dia anterior, sin dejar alguno para despues, al ménos que lo impida causa estraordinaria, como una operacion anatómica imposible absolutamente en ese dia.”
Ese artículo se puede interpretar como que existía ya previamente la prohibición de enterrar a los difuntos durante el día, de hecho en otros párrafos de esa reglamentación se mencionan por ejemplo ciertas prohibiciones como que no estaba permitido que las personas fueran detrás del cortejo fúnebre: “Se prohibe absolutamente la estravagante costumbre de ir dolientes tras del féretro en que se conduce al cadáver, bajo la multa de trescientos pesos en que incurrirán los bienes del difunto”.
Una última explicación del origen de los funerales nocturnos de los bomberos está en la relación que existía entre la institución voluntaria con la masonería. Esta última siempre ha contado con el rechazo de la Iglesia Católica. Hasta el transcurso del siglo XIX los cadáveres eran sepultados, principalmente los de la aristocracia, al interior de las mismas iglesias y catedrales, habiendo cementerios no regulados para el resto de la población entre ellos los masones y los no “pudientes” que casi siempre eran depositados en fosas comunes.
En los inicios del 1800, los inmigrantes que llegaban a Valparaíso como principal puerto y por ende puerta de entrada de la multiculturalidad y que no eran católicos, evidentemente no eran aceptados en los cementerios de ese credo por lo tanto eran sepultados en los acantilados del cerro Playa Ancha o en el fuerte del cerro Cordillera.
En 1823 el cónsul británico George Seymour, con la ayuda del intendente Robert Simpson, compraron un terreno al costado de la cárcel para construir un cementerio especial para los «disidentes» de la religión católica, de ahí el nombre que hasta hoy recibe ese camposanto que comenzó a recibir difuntos en 1825.
Pero no fue sino hasta el 20 de septiembre de 1876 cuando se inaugura oficialmente el primer cementerio laico de Chile con todas las autorizaciones de las autoridades de la época y se hizo en Caldera. Así por primera vez en Chile de manera oficial se permite la sepultación de difuntos de sin hacer distinción religiosa.
Posteriormente – y según recoge el sitio oficial monumentos.cl - , “durante el gobierno de Domingo Santa María se aprobó en 1883 la ley de cementerios laicos, la cual dejó fuera a la Iglesia de la administración de los cementerios, prohibía el entierro en las iglesias y permitía que se enterrara a personas de cualquier creencia religiosa”.
Hoy por hoy, la tradición se mantiene, la muerte de un Bombero, en las circunstancias que sean, siempre es dolorosa, no solo para la familia, sino también para el pueblo al que pertenece y para sus camaradas.
Llegan Bomberos de otras ciudades, de las Compañías de Canje y de Cuerpos de Bomberos amigos y cercanos, se visten con sus mejores galas y con crespones negros en señal de luto.
Las antorchas habitualmente de bronce, se limpian, se les saca brillo para acompañar al difunto. Se rinden honores con desfile de las delegaciones, se realizan discursos, las luces multicolores de los carros se encienden, todo en un acto simbólico para que el alma de quien entregó toda su vida al servicio público, al servicio de los demás, traspase el umbral entre este plano y el otro hacia el Cuartel Celestial.
Cuando el féretro está siendo depositado en el mausoleo o en la tumba que lo acogerá por la eternidad, rompe el silencio de la noche el lastimero sonido de la sirena de alarmas, que esta vez no se escucha para llamar a sus voluntarios al deber, hoy suena para despedir a uno de sus hijos.
En estas condiciones de pandemia, todo eso será simbólico porque al igual que en el siglo XIX la epidemia obliga a reducir las multitudes de gente y los bomberos si que saben de multitudes para despedir a aun camarada, por eso la Paila va a llorar no solo en Chillan, sino en el corazón silencioso de cada uno de los Bomberos y Bomberas de Chile y hoy más que nunca, resonarán así como susurrando, como si fuera una triste oración de despedida, cantando bajito con los ojos humedecidos, “Anoche murió un bombero, lo fueron a enterrar, con cinco camaradas y un solo Capitán…” Francisco Javier R. Ovalle Reinoso
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